De
todas las aficiones que tenía, el pequeño huerto que había
plantado en diversos cacharros era lo que más la llenaba. Los
edificios envejecidos y la maraña de antenas que tapaban el
horizonte, eran todo el paisaje que podía divisar desde su reducida
terraza; y el verde lechuga, sumado al rojo tomate, eran los dos
únicos colores que daban vida al gris del paisaje urbano.
Poco a poco se fueron sumando más tonalidades a los vasitos de yogur y a las macetas recicladas. Tanto, que comer ensaladas se había vuelto, además de un placer, un orgullo conseguido con paciencia y dedicación.
De un tiempo a esta parte, había notado que venían pajarillos a picar sus lechugas, y resolvió dar vida a Bautista. Lo vistió con camiseta, pantalón y sombrero, pintándole una enorme sonrisa que expresaba mofa o felicidad dependiendo del momento en que se mirara. Cumplió su cometido a la perfección, ningún ave que se preciara, osaba volar cerca de sus dominios. Incluso llegó a ser un experto hortelano, atreviéndose a valorar sobre qué semillas eran las mejores y en qué momento había que plantarlas. En ese punto tuvieron varias discusiones, y las ensaladas, en consecuencia, no sabían igual.
Después de eso, su sonrisa socarrona había tomado un matiz perverso, o eso le pareció. Y algunas noches su silueta esperpéntica la despertaba aterrorizada, cuando el viento soplaba fuerte y movía su camiseta hueca, llenándola y vaciándola, como si respirara tan fuerte que bailara al movimiento de los pulmones.
La decisión le costó, pues él también había nacido de sus manos y de su huerto. Lo fue desvistiendo hasta dejarlo desnudo en dos palos atados en forma de cruz y una cara de trapo. Aún viéndose despojado de sus ropas y cercano a la muerte, su sonrisa indicaba desafío. Finalmente desapareció en el fondo de una bolsa de basura.
Después de aquel incidente, las ensaladas retomaron el frescor que solo pueden tener las hortalizas recién recolectadas, aunque lechugas, tomates, escarolas y achicorias tuviera que compartirlas con algunos gorriones, que a cambio, aportaban vida al gris paisaje.
Poco a poco se fueron sumando más tonalidades a los vasitos de yogur y a las macetas recicladas. Tanto, que comer ensaladas se había vuelto, además de un placer, un orgullo conseguido con paciencia y dedicación.
De un tiempo a esta parte, había notado que venían pajarillos a picar sus lechugas, y resolvió dar vida a Bautista. Lo vistió con camiseta, pantalón y sombrero, pintándole una enorme sonrisa que expresaba mofa o felicidad dependiendo del momento en que se mirara. Cumplió su cometido a la perfección, ningún ave que se preciara, osaba volar cerca de sus dominios. Incluso llegó a ser un experto hortelano, atreviéndose a valorar sobre qué semillas eran las mejores y en qué momento había que plantarlas. En ese punto tuvieron varias discusiones, y las ensaladas, en consecuencia, no sabían igual.
Después de eso, su sonrisa socarrona había tomado un matiz perverso, o eso le pareció. Y algunas noches su silueta esperpéntica la despertaba aterrorizada, cuando el viento soplaba fuerte y movía su camiseta hueca, llenándola y vaciándola, como si respirara tan fuerte que bailara al movimiento de los pulmones.
La decisión le costó, pues él también había nacido de sus manos y de su huerto. Lo fue desvistiendo hasta dejarlo desnudo en dos palos atados en forma de cruz y una cara de trapo. Aún viéndose despojado de sus ropas y cercano a la muerte, su sonrisa indicaba desafío. Finalmente desapareció en el fondo de una bolsa de basura.
Después de aquel incidente, las ensaladas retomaron el frescor que solo pueden tener las hortalizas recién recolectadas, aunque lechugas, tomates, escarolas y achicorias tuviera que compartirlas con algunos gorriones, que a cambio, aportaban vida al gris paisaje.
Foto: Webvilla
Precioso relato y maravillosos regalo para mi blog
ResponderEliminarGracias Rita, por contar conmigo.
EliminarUn beso.
A le ver el título y empezar, no sé por qué esperaba otro tipo de historia, incluso infantil, oye, pero no. La sonrisa del espantapájaros me ha parecido inquietante :)
ResponderEliminarBesos
Siii..., da la sensación al principio que las cosas van a ir por otro lado.
EliminarBesos!
Qué maravilla de relato! Aunque reconozco que siempre me han dado su yuyu los espantapájaros. Así que me ha gustado que haya terminado en una bolsa de basura.
ResponderEliminarBesotes!!!
Este espantapájaros era un poco siniestro. Quien sabe lo que hubiera podido pasar si no acaba en la basura!
EliminarBesotes
De lo bucólico a lo tenebroso en el espacio de una huerta urbana. Como tengo huerta (en el campo) y espantapájaros me voy un poco preocupada, no te creas :)
ResponderEliminarGracias y besos!
Seguro que tu espantapájaros es de los buenos. Que maravilla tener una huerta y comer todo fresquito!
EliminarUn beso grandote
Me has dejado esperando el final angustiada. Era un relato con demasiado color en mi cabeza como para que acabase mal, aunque ese espantapájaros me asustaba bastante.
ResponderEliminarAl final es el karma, compartir es bueno ;)
¡Un besín!
Parece que no te gustan los finales que acaban mal. Yo también los prefiero felices y si puede ser con perdices. Y en este caso con pájaros. Un beso!
EliminarThanks you Darris. I visited your blog, and follow back.
ResponderEliminarEs mejor comer y compartir la lechugas y tomates en compañía de los pajaritos que tener como compañero de mesa a un espantapájaros que nos intimide.
ResponderEliminarOriginal historia, eso la hace diferente .
Un beso .
Puri
Gracias Puri. La verdad es que a mí también se me hubiera atragantado la ensalada mirando al espantapájaros.
EliminarBesos!
Precioso. A sido un placer leer tu relato. Me alegro del final del espantapajaros. La comida compartida sabe mejor.
ResponderEliminarUn beso grande.
Gracias Josefa por acercarte al blog. Un abrazo
EliminarQué tierno! :)
ResponderEliminarUn abrazo, Abril!
Gracias mil por la lectura!
EliminarBesos y abrazos
¡Hola!
ResponderEliminarme gustaría que te pasaras pos mi blog y dieras alguna opinión, te espero en dimetodoloquefuimos.blogspot.com
Gracias, un abrazo.
Te he hecho una visita y he leido practicamente todos tus poemas.
EliminarUn abrazo.
He nominado tu blog a los premios @LiebsterAwards http://m-a-g-a-r-t-e.blogspot.com/2014/11/mi-primer-premio-liebster-awards.html aquí encontrarás la información, un saludo
ResponderEliminarGracias Virginia. He recibido tres. La verdad es que no entiendo muy bien cómo va, me gustaría poner un gadget a la derecha con un enlace a vuestros blogs, pero no sé cómo.
ResponderEliminarHola Abril un bonito relato que te transporta a esa terraza tan hortícola. Felicidades.
ResponderEliminarGracias! La verdad, a mí también me gustaría tener un huerto urbano. A veces encuentro en la escritura las cosas que me faltan en la realidad.
EliminarUn abrazo
Excelente relato, muy interesante...Dejo el link de mi blog personal donde subo textos de propia autoría, espero sus visitas:
ResponderEliminarhttp://librospuenteaotrosmundos.blogspot.es
Hola Cynthia, he visitado tu blog, pero no he podido dejar ningún comentario. Lo seguiré visitando.
EliminarBesos
hola me ha encantado tu relato, es precioso, yo también me he planteado en alguna ocasión crear un huerto en la terraza pero nunca pondré espantapájaros ejej chao
ResponderEliminar