Tenía el cabello enlazado en pequeñas trenzas adornadas con flores
silvestres, y un vestido de algodón azul adivinaba su figura desnuda.
Se dejó poner brazaletes y un collar de piedras de colores
provenientes de las cuevas de los acantilados. Las mujeres preparaban
los regalos con los que obsequiaría a su futuro esposo, y ella
observaba en silencio. Reflexionaba sobre el nuevo papel que debería
desempeñar, ahora que no estaba su padre ni su hermano. Los thaadasis
habían pedido una alianza, y los pocos sabios que quedaban, habían
pactado su boda con el enemigo para asegurar la paz. Un tratado tan
pobre que prometía el armisticio a cambio de su libertad y su
dignidad como mujer; y sin embargo, ellos seguirían al otro lado del
límite, donde no había vida natural, solo la fuerza del mar contra
las rocas.
El cortejo nupcial había llenado las barcas de pétalos, de flores y
telas de lana. Arena Blanca iba de pie en la canoa que presidía el
trayecto. Su silueta y sus cabellos al viento se podían divisar
desde la orilla, donde los thaadasis esperaban con cestas llenas de
cereales y frutas. Al bajar de la barca, los presentes se inclinaron
en señal de reverencia, y un joven alto se adelantó tendiéndole la
mano. Avanzaron al compás de los cánticos que hablaban en otra
lengua hasta que llegaron al poblado. Allí se intercambiaron los
regalos de boda. En señal de confianza se ofrecieron mutuamente las
armas, ella el arco y él la espada. El anciano mayor los bendijo y
los presentes aclamaron a su nuevo thaadasar Eython el Pacificador,
el tercero de su linaje y a su bella esposa, hija de Águila Blanca y
heredera de su estirpe. La celebración duró hasta que no quedó más
carne que comer, ni más sed que saciar.
Los novios se retiraron a la maloca y el sol terminó de ponerse por
los árboles que rodeaban la laguna. Arena blanca permaneció inmóvil
mientras veía a su esposo desnudarse. Tenía el cabello negro y la
barba adornada con pequeñas arandelas. Su piel morena adquiría un
color dorado a la luz de la vela que iluminaba la cabaña cubierta en
pieles. Al ver aquel sexo al descubierto apartó la mirada. Eython se
acercó a ella hasta que sus ojos se enfrentaron. La noche se cerró
sobre el poblado y la candela terminó de consumirse. Fuera solo se
escuchaba el suave cántico de una mujer que acunaba a un niño.
La primera madrugada de la boda del tercer Thaadasar amaneció bañada
en sangre. La tribu de los asitas que habitaban más allá del
límite, irrumpieron en el poblado asesinando a los thaadasis en sus
propios camastros. Arena Blanca huyó del lecho nupcial al escuchar
el sonido de los primeros cuernos, cuando la masacre estaba ya
culminada, y el sabor amargo de la victoria regurgitaba a hiel.
Le había apartado los cabellos acariciando su piel, sosteniendo la
daga en su cuello hasta que despertó desconcertado. La miró con
dolor en los ojos. El dolor del amor que se sorprende traicionado, y
Arena Blanca dudó. Su padre decía que las mujeres eran blandas para
la guerra porque les padece el corazón al matar, y siempre quiso
demostrarle lo contrario. La juzgaría desde el otro mundo si
flaqueaba, pero Eython la apartó con fuerza de su lado sin que
tuviera tiempo para reaccionar, saliendo precipitadamente al exterior
preparado para la guerra. Se encontró con la desolación de
los cuerpos de los suyos esparcidos por doquier. Arena Blanca oyó
los gritos de rabia, y el choque de las espadas de la desesperación,
hasta que desaparecieron dando lugar a los cuernos que anunciaron
la victoria. Al escuchar el desenlace de lo inevitable, bajó la mirada posando entonces las manos sobre su vientre, y abandonó aquel lugar
para siempre.
Los Asitas tras la victoria se asentaron al otro lado del laguna,
pues decían que el suelo donde han yacido los muertos se queda
maldito y solo trae desgracias a quienes lo habitan.
De aquella noche nació un varón, el último de los thaadasis, que
vivió en la isla hasta el día de su décimo quinto cumpleaños.
Cuando una tribu venida del norte del continente, subida en
imponentes caballos, desembarcó en sus orillas. Invadió el territorio
llevándolos hasta la practica extinción, como un ciclo de venganza
que no se cierra; pues a lo largo de los siglos bárbaros, la
condición de los pueblos, fue la conquista de la tierra, y de los
hombres.
Foto: Forrest Cavale
Vaya final! No me lo esperaba para nada de este modo. Pero me ha parecido perfecto.
ResponderEliminarBesotes!!!
Pensé mucho el final, pero solo veía este. No es el típico final feliz, que por cierto, me gustan los finales felices, pero es el que da sentido a la historia en conjunto. Quizás al leerla en partes se pueda apreciar un poco menos.
EliminarGracias y besos!
Jo, jo. Pensé que iba a acabar bien, y la verdad es que veo que no demasiado.
ResponderEliminarAún así, me ha gustado como queda la historia. Supongo que es un poco como comentabas, que era lo que la historia requería. Pero me da un poco de pena pensar en esa historia de constante batalla.
¡Un besín!
Viendo vuestros comentarios anteriores, sabía que había expectativas por otro final que no era este.
EliminarGracias por la lectura.
Besos!
Tienes razón, posiblemente no debiera de haber otro final. Me ha parecido redondo, una ambientación formidable, todo muy pulido. Enhorabuena, de verdad. Qué pena que se haya acabado...
ResponderEliminarGracias y besos!
Gracias, me alegro mucho que te haya gustado. El blog es un barómetro de opiniones que me ayudan a hacerme una idea más real de lo que escribo.
EliminarUn besote
Abril, enhorabuena por esta maravillosa historia.
ResponderEliminarEl final completamente redondo. Me ha encantado.
Mil besos.
Qué me alegro! Gracias Rita.
EliminarMuchos besos
he estado desconectada de los blogs unos días, se me ha acumulado, ahora que ha llegado el final me lo guardo y lo leo entero. Un besote!
ResponderEliminarAbril, no me imaginaba este final.Quiero felicitarte por la historia, es un tema para mí difícil de crear, ya que es totalmente ficticio y eso requiere mucha o mejor dicho muchísima imaginación.
ResponderEliminarBesos.
Puri
Una historia en la que se refleja el afan de la guerra y el dominio de los pueblos. Y pensar que
ResponderEliminarhemos adelantado poco, pues seguimos con las mismas ansias de acabar con la paz. El final esperanzador por el futuro nacimiento de un nuevo ser. Me gustó.
Ya lo habia leido. Que por supuesto me encantó.
ResponderEliminarFeliz semana.
Gracias Josefa,
Eliminarun abrazo