Ha roto la ventana como quien rompe un castillo de naipes. Los
cristales han saltado en diminutos diamantes por doquier, rodando por
el suelo como canicas escondiéndose debajo de los muebles. Ella
fría, me mira y sigue gritando, cómo si no fuera consciente del
estropicio que acaba de hacer. Se acerca hacia mí muy despacio. El
vidrio cruje bajo las suelas de sus botines. Ha dejado de gritar, no
me gusta la forma en que me mira. Sobre la mesa hay un trozo de los
grandes, brillante, lo coge y lo aprieta. La sangre comienza a
correrle por la muñeca. Retrocedo hasta que choco con la estantería.
Las yemas de mis dedos acarician lomos de libros. No encuentro nada
con qué defenderme. Se ha vuelto loca, aunque quizás no sea su
culpa, reconozco que la envidiaba. Siempre me ha gustado su pelo
rubio. No éramos ni siquiera parecidas, aunque nuestra madre se
esforzara en vestirnos igual. No sé por qué las princesas tienen
que ser rubias. En los juegos yo tenía que hacer de sapo, de
jorobado, de príncipe o de doncella. Esto último si me gustaba.
Disfrutaba cepillándole el pelo, haciéndole trenzas. En los veranos
íbamos a la casa de campo de los abuelos, pasábamos los días
corriendo por la pradera, bañándonos en el río lejos de
cuadernillos de cálculo, pizarras y clases de francés. Había un
niño en el pueblo que me gustaba, se llamaba Andrés, era hijo del
lechero. Todas las mañanas nos traía la leche en su bicicleta.
Llegaba despeinado y se iba a toda prisa para terminar sus recados. A
veces entraba en la cocina mientras la abuela hervía el cántaro y
tomábamos una rebanada de pan con mantequilla. Tenía el iris del
color del cielo. Me gustaba despertarme temprano y esperar que
viniera. Cuando llegaba, apenas hablábamos, solo nos mirábamos como
se miran los niños en la edad en la que el otro empieza a ser un
desconocido, y los juegos se dividen por sexos, en una mezcla de
atracción y rechazo. El día que ella entró en la cocina demandando
su tostada, los ojos de Andrés dejaron de mirarme, entonces
comprendí que siempre sería invisible. Invisible para todos y para
todo. Cuando mi madre mostraba orgullosa la foto de comunión que
tenía en el aparador, de sus dos hijas vestidas de blanco con un
rosario en las manos, la gente solo veía a una sola niña, preciosa,
cómo un ángel, decían. Incluso yo misma llegué a dudar si
realmente existía. Pero eso no volverá a pasar. Ahora es distinto.
Quiero volver a ser solo yo, única, por eso se enfada, y busco con
la yema de los dedos algo con qué defenderme, mientras ella alza el
brazo ensangrentado dispuesta a atacarme. Cojo un tomo de El
Quijote justo cuando lanza el cristal hacia mí. Solo me da
tiempo a agacharme y taparme la cabeza con el libro. El choque se
produce en la estantería y una lluvia cortante cae encima mía como
una explosión de pequeñas luces. Luego, irrumpe a llorar
arrodillada en el suelo y me pregunta que por qué precisamente su
prometido.
Le digo que en la vida no se puede tener todo, la belleza y la
felicidad no son semejantes, como nosotras. Me voy dejándola allí,
tan pequeña, rodeada de cristales, y su imagen poco a poco
desaparece. Ahora es ella la que se ha vuelto invisible.
Imponente relato con una venganza brutal para cobrar los réditos de una envidia sufrida y sostenida. Lo más triste es que quitarle el amor a su hermana no tenga otra razón que la venganza. Este relato hace pensar que quizás esa pareja no tengan otra razón para unirse que vengarse de la "guapa, guapísima, arrebatadora rubia". La verdad a mi me ha resultado muy escueto porque la situación planteada está llena de interés.
ResponderEliminarUn abrazo. Franziska
Me faltan tus letras más a menudo, pero al leer este relato descubro que el tiempo es sabio y tengo que saber esperar...
ResponderEliminarMagnífico relato Abril.
Mil besos.
¡Madre mía! Escribes muy bien, me metí en el cuentecillo totalmente. Me trasportarse a otro escenario, a otra época, al sentimiento de las dos hermanas. Vaya viaje.
ResponderEliminarMe pasaré a leerte a partir de ahora. (Yo estaré por aquí http://alunaslejos.blogspot.com.es/ )
Un abrasote.
Una historia estremecedora,las envidias entre hermanas es algo tan antiguo como el ser humano, y tu en este caso nos lo cuentas de una forma muy plástica y con muchos grados de verosimilitud.
ResponderEliminarAprovecho para felicitarte por esta entrada y por tu regreso al blog .
Besos
Puri
Abril,
ResponderEliminarEstremecedora historia de envidias entre hermanas, que triste y que bien contado.
Un saludo