Yo, de escritor, sería de los números uno, tengo tantas historias
que contar, que juntándolas, podría componer el libro más extenso jamás escrito.
A mis setenta y dos años, puedo decir que he visto y vivido el mundo en su
totalidad; y aunque el todo suene inabarcable, créame usted que no es así,
permanece tan palpable que lo único que necesita es alargar las manos y tocar.
La vida se ofrece como un ramo de fruta madura convidándonos a darle un
mordisco; y bien por prejuicios, miedos, o simplemente por no mantener los ojos abiertos, lo dejamos
podrirse a nuestro paso, sin darnos cuenta que todo cuanto queríamos, ya nos lo
habían ofrecido. Como le pasó a Carmen Segura Lerín que de pequeña llamaban
“lagunilla” porque andaba todo el día jugando en los barros de la laguna, y de
mayor cambió el cieno por los hábitos blancos que se encargaba de lavar ella
misma, junto con todos los de sus hermanas.
Tendía en el patio de la cartuja
que se tornaba del verde de los naranjos al blanco de las telas al sol. Pasó la
vida entre jabones y tablas de lavar esforzándose por limpiar cada mancha, cada
mota de barro de las bajeras de las túnicas. Cuando murió dejó escritas sus
últimas voluntades. Las hermanas cartujas debatieron si era correcto a los ojos
del Señor, complacer a Sor Carmen en sus peticiones. Finalmente la enterraron
como había encargado, desnuda sin ataúd. Solo la taparon con un pequeño paño,
mientras la tierra caía sobre su cuerpo, volvía a sus orígenes, donde siempre
había querido estar.
Ya le digo que no sabemos lo que queremos, o creemos saberlo pero
estamos errados en nuestras suposiciones. Fíjese lo que le ocurrió a don
Antonio López de Escobar. Como era de familia pudiente lo mandaron a estudiar a
Salamanca. Se doctoró honoris causa en
derecho y se propuso salvar el mundo de injusticias y atropellos. Hizo gran
fortuna y casó con una prima en matrimonio arreglado. A la puerta de los
juzgados fue apuñalado por un prófugo que condenara en sus primeros años de
profesión. En su lecho de muerte confesó a su esposa que siempre había deseado
ser el bibliotecario de su pueblo.
Querido amigo, de la cantidad de opciones que nos da a elegir la
vida, escogemos como mejor sabemos. Yo de escritor, que tengo infinidad de
historias que narrar, no le hubiera llegado a la base del busto. Y usted que escucha,
aunque sea de bronce; las palomas y los bancos de este parque, sean testigos de
lo que cuento.
De la vida he aprendido a coger las frutas maduras, justo en el
punto en que el color tizna hacia dulce.
Foto: Yassy Onyae
Precioso Abril.
ResponderEliminarMe encanta el final, tendré que aprender a coger las frutas justo en el color que tizna a dulce...
Te deja una extraña moraleja y una sensación de duda en el cuerpo. ¿Estaré cogiendo la fruta madura? Gran relato.
ResponderEliminarGracias por los comentarios!
ResponderEliminarEs dificil. La vida nos ofrece muchas opciones. Quizás, hay que buscar en el fondo de nuestro corazón de qué es lo que realmente queremos y alargar la mano para coger.
Besos!
Al leerlo me gusta más aún, es un gran relato, muy evocador y una invitación a extender las manos, a dejarse tiznar. Aplaudo!
ResponderEliminarBesitos Abril ;)
Las decisiones que tomamos desde el corazon son acertadas. Ya mismo te veo con las manos llenas de frutas! ;)
EliminarMe ha encantado! Y el final, fantástico. Me ha gustado mucho esa frase final, esa reflexión que encierra, que le da un perfecto acabado al texto.
ResponderEliminarBesotes!!!
Gracias Margari! Un besote
ResponderEliminarjoooo, qué final , me encanta también!!!!
ResponderEliminar