La abuela no quiere que eche orugas a las gallinas. Dice que no son gusanos de verdad, que algún día se convertirán en mariposas y pondrán los colores al verde de la hierba. Tampoco quiere que tire piedras al río, dice que espanto a las truchas y puedo enfadar al guardián del valle. Marcelo cree que son inventos de vieja, pero Paquito asegura que su primo lo vio escondido entre los árboles con una escopeta y un gorro.
Marcelo es un poco cagueta, fue
el primero que echó a correr al escuchar un ruido tras los matorrales. Tiramos piedras al olmo de en
medio del bosque. Teníamos la ilusión de ver al guardián, pero Marcelo salió
corriendo al primer ruido y nosotros salimos detrás. Luego vino la discusión,
que quien es el más cobardica, y el que estropea todos los planes. No nos
ponemos de acuerdo.
Peleamos de vez en cuando. Son
mis dos amigos del pueblo. Los veo todos los veranos cuando mis padres me dejan
con mis abuelos. Nos bañamos en una alberca a escondidas. La abuela dice que es
de don Anastasio, pero nosotros nunca hemos visto a nadie por allí.
Lo mejor del pueblo son las
noches, nos sentamos en el porche a cenar sopa
para la gripe escuchando a los
grillos, para terminar contando cuentos y jugando al ajedrez con el abuelo.
El verano termina y mis padres no
han vuelto para llevarme a casa. Voy a empezar aquí el colegio. Con Marcelo y
Paquito en clase, todo será más divertido. La abuela dice que mis padres volverán
en navidad con un montón de regalos.
Dejo el diario a un lado. Infinidad
de recuerdos de infancia se mezclan en mi mente para deshacerse en polvo de
humo cuando la abuela aprieta mi mano. Siete horas de velatorio dejan surcos en
mis ojeras. La vida, en una jugada criminal,
da jaque mate al abuelo en su póstuma
partida.
Un reguero de gente sigue pasando
ante nosotros con la cadencia de las manecillas de un reloj. Ha venido Marcelo,
no lo he reconocido en un principio. El tiempo pasa más rápido para algunos; para
otros, se puede detener en un instante eterno, como el mío cada navidad. La
abuela decía que mis padres se perdieron de camino a Laponia cuando fueron a
dejar mi encargo de regalos para papa Noel.
Ahora, mientras sostengo su mano
no sé qué decirle. Responde con la cabeza hundida al pésame de los vecinos, que
llena la sala en un susurro monótono de besos.
Los primeros rayos del amanecer
hacen celosías de colores a través de las ventanas. No acierto a calcular
cuanto tiempo llevo dormido. A penas queda gente en la sala. Volverán para el
entierro. La abuela está inclinada junto al féretro, se levanta y me lleva
hacia la cocina. Dice que el abuelo volverá en las noches de verano, cuando
estemos sentados en el porche escuchando los grillos, solo tendremos que mirar
hacia las estrellas.
Recuerdos de infancia y momentos que serán recuerdos.
ResponderEliminarHe pasado por aquí, para que conste ;)
Besos
Gracias! Siempre serás gratamente bienvenida!
EliminarEsos recuerdos que siempre vienen, de la infancia, esos primeros momentos tristes, esas palabras que consuelan... Me ha encantado!
ResponderEliminarBesotes!!!
Escribir te transporta a escenarios y recuerdos casi tanto como leer.
EliminarEs bonito volver a la infancia a través de la lectura.
Un besote
Lo hablamos el otro día, las historias costumbristas, los recuerdos de infancia... tienen un poder evocador como pocas cosas. No recordaba este relato, me ha encantado releerlo.
ResponderEliminarBesos :)
Sí es lo que hablamos el otro día, no es el único que tengo de este tema.
EliminarBesos!
No me acordaba de este, a ver s i es que no estuve en clase. me encanta, cuando se menciona los recuerdos, los tiempso pasados, ains. Un besote!
ResponderEliminarUn besote compi!
ResponderEliminarRecuerdos con sabor a nostalgia
ResponderEliminarBesos
Un relato muy evocador. Me encanta.
ResponderEliminarUn beso.
Recuerdos con sabor a niñez, que tiempos.
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